Soy humano emérito sin beneficio, reconocimiento o completo ejercicio.
La pantalla frente a mi dicta decidida mi rumbo. Tumbo caminos sentado, elimino posibilidades estando echado. Y echada mi suerte a un abismo ya conocido, sin atisbo alguno que muestre los dados -que no lanzo-, me reafirmo entonces, sedentario.
La apuesta por no apostar ha puesto en mi sillón un ruin altar. Soy Dios de esto, Dios de nada. Si mi funesto trono es este magullado, caduco y caluroso sillón, pues me declaro rey también.
Rey, Dios o demiurgo de nada más que mi quietud y mi desgano.
De nuevo el embelesado ser en que me he convertido, sube el volumen. Me sumerjo estático, patético y nada magnánimo en lo único resplandeciente de mi vida, un relumbre encapsulado en nosecuantas pulgadas.
No hay firmeza en cuatro patas chuecas recibiéndome a diario. No lo habito, sin embargo, por estar navegando entre destellos, pensando en otro lado.
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