Traba traumática
necesito embriagarme en sacol.
Hoy que mi Dios es un delirio,
no hay luz en la agonía tan negra
que me provoca esta huella
en el hígado.
Dormitando donde
todos alucinan
tirados en la manga bajo la sombra
y en el andén desparramados,
hundidos en una obscuridad que muestra luces amarillas,
eventuales;
que hace humo e infestan aire,
pulmones y consciencias,
me pregunto qué me trajo aquí:
¿Acaso es el
nihilismo tan sólido
producto del fracaso aberrante
y humano,
o la presencia de un gato negro
que araña insolente
y no perdona ausencia?
Vomitando al dente
la verdad convertida en humo de zuco
se diluye y se pierde en el aire
mientras mi boca árida
ansía otra calada de corto circuito,
sigo con las dudas.
¿Acaso es la devoción
tanática
a la parca perra y caprichosa
que es químico y calambre corriendo
por mis venas,
o es la estruendosa caricia
de vaporoso suspiro que nace del caldero
que hierve, que hipnotiza
y se inserta en mi genética?
Darme en la cabeza no
basta
y toser hasta la asfixia es poco.
La voz de tarro ya no provoco
y el pasmo y el toste cobijan mi carne,
sin cuidado ni limpiezas,
sin amor o asepsias que desvinculen
del pantano:
Mezclo el polvo con cenizas y virutas,
ladrillo y lo que haya,
arcilla y si alcanza, para alargar el raye
cualquier pedazo de suelo,
sillón de paraísos y oasis terrenos.
En un techo o en la
banca
duermo y meo.
Así somos
los que pecamos naciendo
y nos cagamos donde comemos
para luego revolcarnos en la mierda.
Así: azufre.
Ese es el olor en sus nucas
y en el infierno.
Encajamos perfecto entre desquisios
y como un perro me tiene
pensar solo en mi dosis.
Maravillosa era mi pérdida,
qué canallada esta enfermedad.
Por eso, en esta alcantarilla,
llena de babosa mugre putrefacta
lloro hasta por la boca
y olvido tomarme un tinto.
Entono entonces el
lamento tambaleando:
“Que este tanguito de pacotilla
-como solo podía ser-
sea testimonio de que por el infierno pasé
y salí cantando de él…”
Ya escupo lixiviado
y los esputos grises a ratos se manchan de sangre.
Mi boca es un mierdero,
mi mandíbula tensa,
necia,
reclama independencia.
El trágico flagelo me posee,
me como mi piel, mis pelos, mi pus
y mi mierda.
Ya ni uñas, ni mocos,
ni flema grisácea:
me como ahora también mis mejillas
y dedos con piel
quedan pocos.
Una fina capa de
mugre me recubre,
me da calor y me huele
a la satánica nuca.
Soy una meada andante
y mi tragedia es mi piel, mi peste.
mis rimas que no salen
porque quien escribe es ermitaño,
deplorable, deformado,
trágico e indigente
dentro de su propio baño.